La impartición divina


Dios creó el universo. Ni una sola parte de éste era santo. Luego Dios creó al hombre. Aun antes de caer, éste no era santo. En todo el universo sólo hay una Persona santa, a saber, Dios mismo. Sin importar lo perfecto y bueno que alguien pueda ser, ello no lo hace santo.  Si usted es santo, debe tener la esencia santa, y la única esencia santa en todo el universo es Dios mismo.

La palabra santos no sólo denota ser santificados, apartados para Dios, sino también ser diferentes, distintos, de todo lo profano. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las cosas. Por lo tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Él nos escogió para que fuésemos santos. 

 La santificación consiste en apartar al pueblo de Dios para Dios a fin de que Dios opere sobre ellos y en ellos para hacerlos Sus hijos. Dios tenía una intención y concibió una economía con la finalidad de obtener muchos hijos. Después, el Espíritu vino a apartar a los escogidos para Dios, de modo que Dios pueda engendrarlos. Primero, ellos fueron santificados para Dios; después Dios vino para engendrarlos, haciéndolos así Sus hijos, y esto fue realizado mediante la santificación del Espíritu. Efesios 1:4 dice que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Después el versículo 5 dice que Él hizo esto al predestinarnos para filiación. Por tanto, la santificación tiene por finalidad la filiación.

La santificación divina sostiene todas nuestras experiencias espirituales desde nuestro arrepentimiento hasta nuestra glorificación. La obra santificadora del Espíritu primero da por resultado nuestro arrepentimiento y luego continúa hasta que llega a la etapa de nuestra glorificación. Entre nuestro arrepentimiento y nuestra glorificación se encuentran la regeneración, la renovación, la transformación, la conformación y la transfiguración de nuestro cuerpo, que será la glorificación de todo nuestro ser.

Es el Espíritu quien nos santifica para filiación.

 Es el Espíritu quien nos engendra para que nazcamos de Dios (Jn..3:6). Ser santificados para filiación es un asunto íntegramente realizado por el Espíritu, en el Espíritu y con el Espíritu. Hoy este Espíritu, quien está íntimamente relacionado con la santificación y con la filiación de Dios, está en nuestro espíritu (Ro. 8:16; 1 Co. 6:17). Si deseamos atender al Espíritu, deberíamos primero atender a nuestro espíritu.

La santificación y la impartición divina

Dios nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa.

Para que nosotros, los escogidos de Dios, seamos hechos santos tenemos que ser partícipes de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente de solamente la perfección sin pecado o de la pureza inmaculada. Esto hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo. (Ef. 1:4, nota 3) 

La impartición de Dios es requerida tanto para que seamos santos como para que seamos hijos ... Únicamente Dios es santo. Para ser santos necesitamos que un elemento santo sea impartido en nosotros. Cuando el Espíritu Santo entra en nosotros, Él introduce la naturaleza santa de Dios en nuestro ser, y esta naturaleza santa llega a ser el elemento santo con el cual el Espíritu Santo nos santifica.. Su naturaleza santa nos hace santos, y el poder de Su resurrección nos hace victoriosos.

Tenemos la naturaleza santa de Dios que ha sido impartida en nuestro ser, y esta naturaleza santa llega a ser el elemento santo con el cual somos hechos santos. Que seamos hechos santos tiene por finalidad que seamos hijos. Que la naturaleza santa de Dios sea impartida en nuestro ser y que seamos engendrados por Dios equivalen a Su impartición.

Tanto la santificación como la filiación son siempre realizadas por el Espíritu. Ésta es la razón por la cual Efesios 1:3 llama a esto una bendición espiritual, una bendición efectuada por el Espíritu. 

Los hijos de Dios Participan de la naturaleza divina 

Cuando hablamos de la santificación en su sentido más elevado en el Nuevo Testamento, no nos referimos a algo que simplemente pertenece a Dios, sino a algo que es Dios mismo. Efesios 1:4 y 5 hablan de ser santos para filiación. Fuimos escogidos para ser santos a fin de llegar a ser hijos de Dios. Puesto que somos hijos de Dios, nacidos de Él, no pertenecemos a Dios simplemente, sino que somos hijos de Dios que poseemos la esencia de Dios, la vida y la naturaleza de Dios.

Esta santificación tiene por finalidad “hijificarnos” de manera divina, haciéndonos hijos de Dios para que lleguemos a ser iguales a Dios en Su vida y en Su naturaleza (mas no en Su Deidad) con miras a ser la expresión de Dios. Por tanto, la santificación es la hijificación divina. Hemos sido hijificados por la regeneración en el aspecto divino. 

Nosotros no participamos ni podemos participar de la Deidad de Dios, pero sí poseemos la vida y naturaleza de Dios a fin de ser Su expresión. Después de ser regenerados necesitamos crecer hasta alcanzar la madurez.  Cuando nuestra alma sea plenamente hijificada. Por último, nuestro cuerpo será transfigurado, plenamente glorificado. 

Crecer en la vida divina

Actualmente debemos aprender a vivir por el Espíritu, a actuar conforme al Espíritu, a tener nuestro ser completamente por el Espíritu, con el Espíritu y conforme al Espíritu (Ro. 8:4). 

Mientras tengamos nuestro ser por el Espíritu y actuemos conforme al Espíritu, estaremos listos para crecer en la vida divina. Después, necesitamos cierto nutrimento. Podemos ser nutridos de las tres maneras siguientes: al leer la santa Palabra, al escuchar el hablar espiritual y al asistir a las reuniones. Este nutrimento nos hace crecer. 

Apuntes: El resultado de la impartición de la Trinidad procesada y la transmisión del Cristo trascendente. La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, caps. 1-3. El Espíritu con nuestro espíritu, págs. 129-133)



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Apuntes de publicaciones de Living Stream Ministry.


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