Los hechos, la fe y la experiencia

En la era presente de la gracia, todo se efectúa “por gracia” (Ef. 2:8). Que todo sea efectuado por gracia significa que todo ha sido realizado por Dios. El hombre no necesita hacer nada para ser salvo, puesto que, “al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda” (Ro. 4:4). Debido a que Dios se relaciona con el hombre conforme a la gracia, Hay tres aspectos que debemos de considerar: Los hechos, la fe y la experiencia.

Los hechos
Dios ya lo hizo todo a favor del hombre. Debido a que todo ya ha sido realizado, existen ciertos “hechos”, ciertos logros divinos que el hombre necesita recibir y aplicar de Dios como su herencia para nosotros: La redención, la regeneración, la vida divina, el vivir de Cristo en nosotros, y muchos más... Y ya que existen tales hechos o realidades vigentes, no es necesario que el hombre haga nada, pues la obra realizada por Dios es completa. Sin embargo, la gracia de Dios es justa. Por ello, juntamente con los “hechos”, existe la necesidad de la cooperación humana. ¿Qué clase de cooperación es ésta? No consiste en agregar algo a lo que Dios ya realizó, sino en hacer que el hombre tome conciencia de que todo lo que Dios ha efectuado, es real, o sea, que es un hecho. En esto consiste la fe.

La fe 
La fe consiste en reconocer que todo lo que Dios ha dicho y hecho por nosotros, es una realidad y que necesitamos recibir lo que Dios en Cristo ha realizado por y en nosotros. La fe consiste en aceptar los hechos, esto es, en reconocerlos y recibirlos como hechos aplicable a nosotros.

 La fe es un “hacer efectivo” algo. Uso la expresión “hacer efectivo” en el sentido de hacer efectivo un cheque en el banco. Supongamos que alguien le da a usted un cheque. Que el banco tiene el dinero es un hecho. Hacer ef ectivo ese cheque implica reconocer el hecho de que el banco posee la suma especificada en el cheque. Así pues, se requiere de fe para “hacer efectivo” el cheque. Con fe, uno puede hacer efectivo el cheque y tener el dinero en mano para usarlo. Ahora bien, gastar el dinero equivale a “experimentarlo”. Que contamos con dinero en el banco es un “hecho”, hacer efectivo el cheque representa “la fe”, y “nuestra experiencia” equivale a gastar ese dinero. Según la gracia de Dios, todas las cosas realizadas por Dio s en beneficio nuestro, son hechos consumados.

Nuestra experiencia 
La experiencia de la gracia de Dios viene al reclamar por fe todos los hechos que Dios ha realizado en beneficio del hombre. Estos hechos ya han sido efectuados por Dios. Así pues, lo que el hombre necesita para recibir la experiencia es fe.  Los hechos le corresponden a Dios, mientras que la experiencia le corresponde al hombre. Por tanto, el objeto de la fe no son los hechos divinos
No obstante, el hombre aún necesita experimentar estos hechos. convirtiéndose en experiencias reales, humanas y espirituales.

La obra de Dios y el resultado
Cristo efectuó nuestra salvación en la cruz. Todos los que aceptan al Señor Jesús sinceramente como su Señor y Salvador, en el momento en que creen, son aceptados por Dios de la misma manera en que El aceptó al Señor Jesús. En ese instante, todas las virtudes divinas y todos los logros del Señor Jesús son impartidos en el creyente. A los ojos de Dios y delante de El, los creyentes son iguales que el Señor Jesús. Es decir, que al ver a cada cristiano, Dios ve a Cristo. Por el hecho de estar unidos a Cristo, los cristianos poseen todo lo que el Señor ha realizado y logrado. Este es el “hecho” que Dios ha otorgado en posesión a los cristianos; este “hecho” fue realizado por Cristo en beneficio de ellos. Este hecho consiste en que, por la unión que existe entre Cristo y Sus creyentes, todo aquello que pertenece a Cristo, ahora pertenece también a los creyentes. Esto fue realizado única y exclusivamente por Dios mismo, y los creyentes no tienen ninguna participación en la realización de tal hecho.

La Biblia muestra este hecho con suma claridad. El escritor del libro de Hebreos se vale de un ejemplo particularmente sencillo para mostrarnos lo realizado por Dios en beneficio nuestro. En Hebreos 9:5-17 se usa el ejemplo de una persona que hace su testamento, para ilustrar aquello que el Señor Jesús hizo por nosotros. Un testamento es la promesa de una “herencia” para los beneficiarios del mismo. Pero antes de que ocurra la muerte del testador, dicho testamento no puede entrar en vigencia. Sin embargo, una vez que esa persona muere, los beneficiarios del testamento pueden recibir la herencia dejada por el autor de dicho testamento. El Señor Jesús as Aquel que hizo el testamento. El ha muerto y, por ende, todo cuanto nos había prometido pasa inmediatamente a estar a nuestro nombre. Este es “el hecho” que nosotros hemos recibido de El. Aun cuando no hayamos tomado posesión inmediata de la herencia, ni disfrutemos de los beneficios y el sostén que la misma provee, aún así, la herencia es ciertamente nuestra; nos pertenece, y ya está a nuestro nombre. Este es un hecho inconmovible. Ahora bien, una cosa es poseer tal herencia, y otra muy distinta es disfrutarla.

El “hecho” es que poseemos tal herencia, pero el disfrute de la misma es lo que constituye nuestra “experiencia”. Podemos contar con el hecho de que esta herencia nos pertenece, no debido a nosotros mismos, sino por causa de Aquel que nos ha dejado tal legado. La posesión del hecho viene primero, y el disfrute del mismo viene después. La enseñanza que se desprende de este ejemplo es muy sencilla. El Señor Jesús ha muerto y nos ha legado toda Su justicia, Sus virtudes divinas, Sus perfecciones, Sus victorias, Su hermosura y mucho más. Por medio de todos estos legados, somos hechos iguales a El delante de Dios, y Dios nos acepta del mismo modo que acepta al propio Señor. Esto es lo que El nos ha legado. Todas estas cosas constituyen hechos para nosotros desde el momento mismo en que llegamos a ser cristianos. En lo que a los hechos concierne, nosotros somos tan perfectos como lo es el Señor Jesús. Pero en lo que a nuestra experiencia se refiere, tal vez esto no sea así.

Lo que el “hecho” representa no es otra cosa que la gracia que Dios nos dio y que El logró en beneficio nuestro por medio del Señor Jesús. Esta gracia nos ha sido dada por medio de nuestra unión con el Hijo de Dios. Es posible que tomemos conciencia del hecho de haber heredado o recibido esta herencia, pero que no tengamos la experiencia de disfrutar de dicha herencia. Existe una gran diferencia entre los hechos consumados y nuestra experiencia concreta. Son muchos los creyentes que, según los hechos, son extremadamente ricos debido a que todo lo de Dios les pertenece y que, sin embargo, en cuanto a su experiencia personal, son extremadamente pobres, porque en la práctica no hacen uso de sus riquezas ni las disfrutan. El hijo mayor mencionado en Lucas 15 es un buen ejemplo de esto. En lo que a los hechos concierne, él era el hijo al cual el padre dijo: “Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (v. 31). Pero en lo que concierne a su experiencia, él le dijo al padre: “Nunca me has dado ni un cabrito para regocijarme con mis amigos” (v. 29). En cuanto a los hechos, él era el hijo de un hombre rico; ésta era su posición. Aún así, era posible que él no hubiera disfrutado ni siquiera de un cabrito. Esta era la condición en la que él se encontraba, es decir, ésta era su experiencia personal. Debemos entender claramente la diferencia que existe entre los hechos y nuestra experiencia. Se trata de dos aspectos que difieren entre sí.

En el primer caso, se trata de lo que Dios ha logrado en beneficio nuestro; es la posición que Dios nos ha dado. En el segundo caso, se trata de lo que nosotros practicamos; es nuestro disfrute de aquello que Dios nos dio. En la actualidad, los creyentes tienden a caer en uno de los dos extremos. Algunos (en realidad, la mayoría) no conocen las riquezas que poseen en el Señor Jesús. Ellos no saben que todo cuanto el Señor Jesús ha logrado ya les pertenece. Así pues, ellos hacen planes e idean estratagemas a fin de obtener la gracia. Ellos procuran realizar toda clase de obras justas por sus propios esfuerzos a fin de cumplir con lo que Dios exige, y así satisfacer las inclinaciones propias de su nueva vida. Hay otros (y no son pocos) que creen entender muy bien lo que es la gracia de Dios. Ellos piensan que el Señor Jesús ya los ha exaltado a una posición incomparable. Así que, ellos se sienten satisfechos y no les interesa poner en práctica, en términos de su propia experiencia, la gracia que recibieron del Señor Jesús. Ambas clases de personas están equivocadas. Aquellos que sólo se fijan en su propia experiencia y olvidan los hechos, están bajo la obligación de la ley. Y aquellos que sólo prestan atención a los hechos y menosprecian su experiencia personal, toman la gracia como una excusa para vivir desenfrenadamente. Por una parte, un cristiano debe comprender, por medio de las Escrituras, cuán elevada es su posición en el Señor Jesús; por otra, debe examinar a la luz de Dios si su andar diario corresponde o no a la gracia de su llamamiento.

Dios nos ha puesto en la posición más elevada. Debido a nuestra unión con el Señor Jesús, poseemos todo cuanto el Señor logró y todas Sus victorias son nuestras. De hecho, ésta es nuestra posición. Ahora, el asunto es cómo experimentar todo lo que el Señor Jesús ha logrado así como todas Sus victorias. Entre el hecho y nuestra experiencia, es decir, antes de que el hecho pase a formar parte de nuestra experiencia, antes de que los logros de Dios formen parte de nuestra práctica diaria, es necesario un paso más: el paso de la fe. Este paso, el paso de la fe, no es otra cosa que hacer uso de la herencia o administrarla. El Señor nos ha legado un testamento. El ha muerto y ahora ese testamento ha entrado en vigencia. Por tanto, no deberíamos mantener más una actitud indiferente ni despreocupada. En lugar de ello, deberíamos hacer uso de la herencia que hemos recibido, a fin de que disfrutemos, o experimentemos, la bendición de nuestra herencia. Ya somos hijos de Dios. Así que, todo lo que Dios posee es ahora nuestro (1 Co. 3:21-23). No debemos ser como el hijo mayor en la parábola, quien había recibido en vano las promesas, pues no las había disfrutado. Debido a su insensatez e incredulidad, él no se había apropiado de ninguna de las promesas, ni tampoco había hecho uso de las mismas. Por consiguiente, no tenía nada. Si él hubiera pedido, haciendo uso de su derecho como hijo, habría obtenido no sólo un cabrito, ¡sino miles de ellos!

Lo que necesitamos ahora es hacer uso, por fe, de todo lo que Dios nos ha prometido; debemos hacer efectivo por la fe todo lo que Dios ha preparado para nosotros en el Señor Jesús. La persona que ha de recibir una herencia tiene que hacer dos cosas para poder disfrutar y experimentar dicha herencia. Primero, tiene que creer que existe tal herencia.

Segundo, tiene que disponerse de todo corazón a administrar dicha herencia. Por supuesto, si alguien no cree que exista tal herencia, no se dispondrá para administrarla. Por tanto, nosotros primero debemos reconocer que verdaderamente Dios hizo que el Señor Jesús fuera nuestra “sabiduría: justicia y santificación y redención” (1 Co. 1:30) y debemos reconocer que todos las victorias y logros obtenidos por el Señor son nuestras victorias y nuestros logros. No creer esto, no sólo nos impediría tener jamás experiencias espirituales, sino que además, ¡estaríamos pecando contra Dios y dudando de Su obra! Segundo, los que son del mundo administran una herencia valiéndose de sus propias fuerzas físicas. Pero nosotros debemos administrar nuestra herencia espiritual con nuestras fuerzas espirituales, esto es, con nuestra fe. Puesto que esta herencia espiritual ya es nuestra, debemos dar un paso más por medio de la fe y “hacer efectiva” nuestra herencia en el Señor Jesús, es decir, hacer uso de ella y administrarla.

En el Antiguo Testamento podemos ver otro ejemplo de la relación que existe entre los hechos, la fe y nuestra experiencia. Vemos este ejemplo en la historia de los israelitas que ingresaron en Canaán. En tiempos antiguos, Dios prometió la tierra de Canaán a los israelitas. El dijo esto a Abraham, a Isaac, a Jacob e incluso a las decenas de millares de personas que salieron de Egipto. Según Dios, la tierra ya les había sido otorgada a los israelitas. Dios les prometió combatir a favor de ellos y les aseguró que vencerían a todos sus enemigos. Era un hecho que Dios ya les había dado a los israelitas tanto el territorio de Canaán como los pueblos que en él habitaban. Si bien este hecho era una realidad, los israelitas aún no lo experimentaban. En cuanto al hecho en sí, la tierra ya les pertenecía; pero en cuanto a su experiencia, ellos aún no poseían ni un solo centímetro de aquel territorio. Es por eso que tuvieron que disponerse a subir y tomar “posesión de ella”, pues podían afirmar: “Más podremos nosotros que ellos” (Nm. 13:30). Sin embargo, debido a su incredulidad, y a pesar del hecho de que Dios ya les había dado la tierra, en términos de su experiencia ellos no fueron capaces de poseerla. Después de otra generación, Dios dijo a Josué: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Jos. 1:3). Ellos habrían de poseer, con la planta de sus pies, la tierra que Dios les había dado por heredad. Finalmente, ellos subieron y heredaron la tierra.

Esto nos muestra el secreto para dar sustantividad a la perfección de Cristo. Dios ya nos ha dado todo lo que Cristo “es”, lo que Cristo “tiene” y lo que Cristo “ha realizado”; todo esto ya nos pertenece. Ahora, lo que nosotros tenemos que hacer es experimentar todo lo que El es, lo que El posee y lo que El ha realizado. No hay otra forma de experimentar esto sino comprobando que la tierra de Canaán ciertamente es buena; si cada centímetro de la tierra de Dios es hecho real para nosotros al ser pisada por la planta de nuestros pies, entonces verdaderamente estaremos heredando la tierra que Dios nos dio. Es Dios el que da; nosotros creemos y recibimos. Estos son los hechos, la fe y nuestra experiencia.


Apuntes del libro: Los hechos, la fe y nuestra experiencia.  (Wachtman Nee)
Descargar del libro en PDF.
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