La santificación

Dios creó el universo. Ni una sola parte de éste era santo. Luego Dios creó al hombre. Aun antes de caer, éste no era santo. En todo el universo sólo hay una Persona santa, a saber, Dios mismo. Sin importar lo perfecto y bueno que alguien pueda ser, ello no lo hace santo.  Si usted es santo, debe tener la esencia santa, y la única esencia santa en todo el universo es Dios mismo.

La palabra santos no sólo denota ser santificados, apartados para Dios, sino también ser diferentes, distintos, de todo lo profano. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las cosas. Por lo tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Él nos escogió para que fuésemos santos. 

El significado de ser santificado

En el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, desde Génesis hasta Apocalipsis, santificar significa apartar algo para un fin específico; es decir, separar algo para que pertenezca a otra cosa. Este es el significado bíblico de la santificación. (Ex. 13:1-2, Lv. 27:14; 2 S. 8:11). El Señor Jesús fue santificado por el Padre (Jn. 10:36) y es el Santo ser que iba a nacer (Lc. 1:35). El Señor se diferencia de cualquier hombre por ser el Hijo unigénito, que está en el Padre (Jn. 1:18). El es santo, y quienes creen en el Señor son llamados santos (Hch. 9:13), lo cual significa que están separados para Dios.

En cierta ocasión, mientras el Señor estaba en la tierra, les hizo a los fariseos una pregunta basada en el contenido del Antiguo Testamento: cuando un hombre presenta una ofrenda, ¿santifica ésta el altar, o el altar la santifica a ella? (Mt. 23:19-20). Es erróneo decir que la ofrenda santifica el altar, pues el altar santifica la ofrenda. Cuando la ofrenda es puesta en el altar, pertenece a Dios. Antes de presentarla en el altar, pertenece al hombre; pero una vez ofrecida, pertenece a Dios. Esto no significa que lo que se ofrece ha cambiado, sino que ha sido apartado exclusivamente para Dios; por lo tanto, es santo. En el Antiguo Testamento, cuando todos los utensilios del tabernáculo fueron ungidos, llegaron a ser santos.

En el Nuevo Testamento también se menciona que el marido incrédulo es santificado por su mujer creyente; la mujer incrédula es santificada por el marido creyente; y los hijos incrédulos son santificados por los padres creyentes (1 Co. 7:14). La persona no se cambia a sí misma, sino que es apartada y santificada por causa del cónyuge o del padre. Dios nos compró con la sangre del Señor Jesús; por lo tanto, no pertenecemos a nadie más. No podemos darnos a nadie más, ya que pertenecemos a Dios; somos Suyos.


 La santificación consiste en apartar al pueblo de Dios para Dios a fin de que Dios opere sobre ellos y en ellos para hacerlos Sus hijos. Dios tenía una intención y concibió una economía con la finalidad de obtener muchos hijos. Después, el Espíritu vino a apartar a los escogidos para Dios, de modo que Dios pueda engendrarlos. Primero, ellos fueron santificados para Dios; después Dios vino para engendrarlos, haciéndolos así Sus hijos, y esto fue realizado mediante la santificación del Espíritu. Efesios 1:4 dice que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Después el versículo 5 dice que Él hizo esto al predestinarnos para filiación. Por tanto, la santificación tiene por finalidad la filiación.

Somos santos en cuanto nuestra posición ante Dios

Cuando una persona recibe al Señor, no sólo se le perdonan los pecados y es justificada, sino que también es santificada ante Dios. Dios es santo, y sin santidad, nadie podrá tener comunión con El, ni orar a Él ni verle. La justicia es el medio por el cual El actúa, y la santidad es Su propia naturaleza. El perdón de pecados concuerda con Su justicia. Sin el perdón de pecados, el hombre no puede ser salvo, y sin santidad no puede ver a Dios (He. 12:14).

La santificación no se relaciona con los pecados, sino con estar apartado para Dios. Todos los creyentes son santos en Cristo; por consiguiente, pueden acercarse a la presencia de Dios. El libro de Romanos dice que aunque somos pecadores, Dios perdonó nuestros pecados y nos justificó mediante la muerte de Su Hijo. y el libro de Hebreos nos muestra que aunque nuestros cuerpos son inmundos, la sangre del Hijo de Dios nos limpia y por medio de Su Sangre, podemos entrar al Lugar Santísimo y tener comunión con Dios. Podemos entrar confiadamente al Lugar Santísimo mediante la sangre del Señor Jesús (He. 10:19).

Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios, sabiduría: justicia y santificación y redención (1 Co. 1:30). Este versículo nos dice que Cristo Jesús llegó a ser nuestra justicia, santificación y redención. Puesto que Él es justo y santo ante Dios, nosotros también somos justos y santos en El, y nuestra santificación no puede ser menor que la Suya. Alabamos a Dios porque nuestra santificación ante Dios no se debe a nuestro comportamiento justo ni a lo que nosotros logremos experimentar de Cristo, sino a que Cristo fue hecho nuestra santificación ante Dios, y Su santificación es nuestra.

Si usted le pregunta a otra creyente si ya fue justificado, él responderá con confianza que sí; si le pregunta si es una persona justa, tal vez se atreva a responder que sí; pero si le pregunta si es santo, probablemente no se atreverá a decir que sí. Sin embargo, la Biblia nos dice que ya fuimos santificados y que Dios no sólo nos perdonó todos los pecados y nos justificó, sino que también nos considera dignos y santos por causa del Señor Jesucristo. A los ojos de Dios, somos aptos y dignos; no obstante, cuando nos miramos a nosotros mismos, dejamos de disfrutar esta relación.

"Por esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" (He. 10:10). Nuestra santificación se basa en la ofrenda que hizo el Señor Jesucristo de Su propio cuerpo una sola vez y para siempre. Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (v. 14). Damos gracias a Dios porque nuestra santificación proviene de Cristo y es perfecta para siempre.

Algunos temen acercarse al Señor porque son conscientes de su condición. Indudablemente, somos inmundos; nos contaminamos fácilmente; somos impuros e infieles ante Dios. Pero somos santos por Cristo y no por nuestras propias obras o esfuerzos. Cristo ofreció Su propio cuerpo una sola vez, lo cual nos pone en la posición de santos ante Dios. Siempre que nos basamos en esta posición y nos acercamos a Dios por medio de Cristo, Dios nos ve santos en Cristo y nos acepta como acepta a Cristo.

Dios es santo, y la santidad es la expresión más elevada de Su gloria. Si no fuéramos santos, no podríamos estar en la presencia de Dios; pero somos tan santos como Cristo al estar en El; así podemos acercarnos a Dios pues Dios nos ve igual que a Cristo. Damos gracias a Dios porque la salvación que realizó Jesucristo está consumada y es eterna. Si no lo fuera, la justicia de Dios no estaría sobre nosotros ni seríamos apartados y santificados para Dios. Puesto que la salvación es completa y eterna (He. 10:14), podemos obtener el perdón eterno, ser santificados para Dios y permanecer para siempre en la presencia de Dios.

"A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro" (1 Co. 1:2). En esta epístola a los corintios, Pablo los llama santos y santificados en Cristo Jesús. Nosotros no tratamos de ser santos, porque cuando fuimos llamados, ya éramos santos y habíamos sido santificados para Dios. Al ser llamados y salvos, somos santificados en Cristo y se nos llama santos. ¿Qué clase de creyentes eran los corintios? Pablo se refirió a ellos como carnales (1 Cor. 3:1-3) Aún así, Pablo los reconoció como santificados en Cristo Jesús y los llamó santos. Así que, la santificación en cuanto a nuestra posición ante Dios no está relacionada con el comportamiento exterior.

Las etapas de la santificación

La santificación divina sostiene todas nuestras experiencias espirituales desde nuestro arrepentimiento hasta nuestra glorificación. La obra santificadora del Espíritu primero da por resultado nuestro arrepentimiento y luego continúa hasta que llega a la etapa de nuestra glorificación. Entre nuestro arrepentimiento y nuestra glorificación se encuentran la regeneración, la renovación, la transformación, la conformación y la transfiguración de nuestro cuerpo, que será la glorificación de todo nuestro ser.

Es el Espíritu quien nos santifica para filiación.

 Es el Espíritu quien nos engendra para que nazcamos de Dios (Jn..3:6). Ser santificados para filiación es un asunto íntegramente realizado por el Espíritu, en el Espíritu y con el Espíritu. Hoy este Espíritu, quien está íntimamente relacionado con la santificación y con la filiación de Dios, está en nuestro espíritu (Ro. 8:16; 1 Co. 6:17). Si deseamos atender al Espíritu, deberíamos primero atender a nuestro espíritu.

La santificación y la impartición divina

Dios nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa.

Para que nosotros, los escogidos de Dios, seamos hechos santos tenemos que ser partícipes de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente de solamente la perfección sin pecado o de la pureza inmaculada. Esto hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo. (Ef. 1:4, nota 3) 

La impartición de Dios es requerida tanto para que seamos santos como para que seamos hijos ... Únicamente Dios es santo. Para ser santos necesitamos que un elemento santo sea impartido en nosotros. Cuando el Espíritu Santo entra en nosotros, Él introduce la naturaleza santa de Dios en nuestro ser, y esta naturaleza santa llega a ser el elemento santo con el cual el Espíritu Santo nos santifica.. Su naturaleza santa nos hace santos, y el poder de Su resurrección nos hace victoriosos.

Tenemos la naturaleza santa de Dios que ha sido impartida en nuestro ser, y esta naturaleza santa llega a ser el elemento santo con el cual somos hechos santos. Que seamos hechos santos tiene por finalidad que seamos hijos. Que la naturaleza santa de Dios sea impartida en nuestro ser y que seamos engendrados por Dios equivalen a Su impartición.

Tanto la santificación como la filiación son siempre realizadas por el Espíritu. Ésta es la razón por la cual Efesios 1:3 llama a esto una bendición espiritual, una bendición efectuada por el Espíritu. 

Los hijos de Dios Participan de la naturaleza divina 

Cuando hablamos de la santificación en su sentido más elevado en el Nuevo Testamento, no nos referimos a algo que simplemente pertenece a Dios, sino a algo que es Dios mismo. Efesios 1:4 y 5 hablan de ser santos para filiación. Fuimos escogidos para ser santos a fin de llegar a ser hijos de Dios. Puesto que somos hijos de Dios, nacidos de Él, no pertenecemos a Dios simplemente, sino que somos hijos de Dios que poseemos la esencia de Dios, la vida y la naturaleza de Dios.

Esta santificación tiene por finalidad “hijificarnos” de manera divina, haciéndonos hijos de Dios para que lleguemos a ser iguales a Dios en Su vida y en Su naturaleza (mas no en Su Deidad) con miras a ser la expresión de Dios. Por tanto, la santificación es la hijificación divina. Hemos sido hijificados por la regeneración en el aspecto divino. 

Nosotros no participamos ni podemos participar de la Deidad de Dios, pero sí poseemos la vida y naturaleza de Dios a fin de ser Su expresión. Después de ser regenerados necesitamos crecer hasta alcanzar la madurez.  Cuando nuestra alma sea plenamente hijificada. Por último, nuestro cuerpo será transfigurado, plenamente glorificado. 

Crecer en la vida divina

Actualmente debemos aprender a vivir por el Espíritu, a actuar conforme al Espíritu, a tener nuestro ser completamente por el Espíritu, con el Espíritu y conforme al Espíritu (Ro. 8:4). 

Mientras tengamos nuestro ser por el Espíritu y actuemos conforme al Espíritu, estaremos listos para crecer en la vida divina. Después, necesitamos cierto nutrimento. Podemos ser nutridos de las tres maneras siguientes: al leer la santa Palabra, al escuchar el hablar espiritual y al asistir a las reuniones. Este nutrimento nos hace crecer. 

El fruto de nuestra santificación

En Romanos 5:8 se habla de otro tema, pues menciona el fruto de la santificación y no la santificación misma. Romanos dice que no debemos ser esclavos del pecado sino que debemos presentar nuestros miembros como armas de justicia y llevar el fruto de la santificación ( Ro 6:13, 17-22). Nuestra santificación se basa en la unión que el Señor Jesucristo estableció con nosotros en Su muerte. Este es el significado de la santificación. El árbol y el fruto no son lo mismo; son dos cosas distintas. Del mismo modo, la santificación y el fruto de ésta son diferentes, santificación es una cosa, y el fruto de la santificación es otra.

Los creyentes de Corinto tenían la posición de la santificación, mas no el fruto de ella; por lo tanto, Pablo los reprende en su carta, y les muestra que por ser santos en posición, debían llevar el fruto de la santificación (2 Co. 7:1).

Es cierto que la santidad implica un cambio de posición. Originalmente, nuestra posición era mundana y completamente ajena a Dios, pero cuando fuimos apartados para Él, nuestra posición cambió a estar en Cristo y, como resultado, llegamos a ser santos. Sin embargo, si bien es cierto que la santidad tiene que ver con la posición, mientras estudiábamos el Nuevo Testamento descubrimos que la santificación no simplemente tiene que ver con un cambio en nuestra posición, sino también con un cambio en nuestro modo de ser. En realidad, la santificación no se refiere sólo a cambiar nuestra posición, sino también a que se produzca un cambio en nuestro carácter. Si leemos Romanos 6, veremos que este capítulo no alude a la posición sino al carácter. Este capítulo no habla de nuestra posición, sino que toca algo más profundo: nuestra manera de ser.

La disciplina de Dios es para santificación.

La disciplina es la manera en que el Padre corrige a Sus hijos para que ellos puedan participar de Su naturaleza santa. (He. 12:7-10). La disciplina de Dios, que es Su trato disciplinario para con nosotros nos encamina nuevamente en Su propósito, el cual consiste en que abandonemos todo lo que nos distrae del Lugar Santísimo, y que entremos en él, donde podemos obtener la verdadera santidad.

La santificación en vida

El Señor es santo y puesto que Él nos llamó, estamos en la posición de santidad; por eso, también debemos serlo en nuestra vida cotidiana manifestando la santidad de Dios.(1 P. 1:15)

El Espíritu santo mora y actúa en nosotros para santificarnos, apartarnos por completo para el propósito de Dios (1 Ts. 1:6; 4:8, He 12:14) Ser partícipes de la santificación equivale a participar en el proceso de ser hechos santos.

Debemos deshacernos y apartarnos de lo que contamine nuestro cuerpo y espíritu y de todo lo que no sea de Dios, no por medio de nuestros esfuerzos sino por medio Espíritu santo. (2 Co. 7:1)

La santidad es la naturaleza de Dios; participar de la santidad de Dios es participar de Su naturaleza santa, no se trata tan solo de la conducta de uno, sino de su propia naturaleza obrando en nosotros. Dios forja a Cristo en nosotros para hacer que Él sea nuestra santificación subjetiva, es decir en nuestra experiencia en toda nuestra manera de vivir.

En Hebreos 2 así como en Romanos 6 la santidad se refiere principalmente a la naturaleza divina de Dios. La santificación tiene como objetivo forjar la santidad de Dios en nosotros al impartir la naturaleza divina de Dios en nuestro ser. Ésta no es la santificación en cuanto a nuestra posición, sino en cuanto a nuestro modo de ser. En esta santificación Cristo, como Espíritu vivificante satura todas las partes internas de nuestro ser con la naturaleza divina de Dios. Esto cumple el propósito de forjar la santidad de Dios en todo nuestro ser. A esta santificación la podemos llamar la santificación del carácter.

En conclusión

Dios nos ha perdonado, lavado y apartado en Cristo, ahora nos ve en Cristo y nos ve santos en El. Dios es santo y tiene una naturaleza santa apartada de todo lo común. Nosotros hemos recibido al Espíritu santo el cual actúa en nosotros y nos imparta su naturaleza santa a fín de que expresemos a Dios en nuestra manera de vivir. Todos los que hemos creído si colaboramos con Dios, estaremos en un proceso de santificación. Finalmente cuando seamos todos completamente transformados, todo nuestro ser será saturado con la naturaleza santa de Dios.

Apuntes: La santificación (Watchman Nee). Estudio vida de Romanos, Estudio vida de Hebreos.(Lsm)


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