La experiencia de la cruz


Muchos cristianos tienen un concepto erróneo acerca de la cruz. Piensan que tomar la cruz es sufrir adversidad. Este era mi concepto hace más de cuarenta años. Yo les decía a las personas que las dificultades que experimentaban en su entorno eran su cruz. Por ejemplo, si su cónyuge lo mortifica, eso es una cruz. Pero cuando el Señor Jesús habla de tomar la cruz, no se refiere a esto. El verdadero significado de la cruz no es hacer sufrir, sino matar. En la antigüedad, la crucifixión no se usaba para torturar, sino para matar. Por lo tanto, la crucifixión equivale a matar, a poner fin.

Tomar la cruz equivale a llegar uno a su fin. Quiero realzar que el objetivo de la cruz es matar; no es causar sufrimiento. A veces el sufrimiento no ayuda en nada a los creyentes. Conozco algunas personas que sufrieron bastante y lo único que esto produjo fue que se volvieran más obstinadas. Cuanto más sufre una persona así, más se endurece su voluntad, y resulta sumamente difícil conmover a personas que han pasado por adversidades en la vida y que como consecuencia se han vuelto obstinadas. Finalmente, cuando una persona así llega a la edad de sesenta o setenta años, es posible que se haya vuelto tan dura de voluntad que nada la pueda cambiar.

La idea de que la cruz tiene que ver con el sufrimiento es contraria a lo que dijo el Señor en 8:34. En este versículo El dice: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Aquí el Señor habla de negarse a uno mismo. Negar el yo significa renunciar a él; es no protegerlo de los padecimientos.

Aplicar lo que Cristo hizo en la cruz
Tomar la cruz no es cuestión de sufrir, sino que consiste en aplicar a nuestra vida lo que Cristo hizo en la cruz para darnos fin. Así que, tomar la cruz es aplicarnos esta aniquilación. Día tras día debemos experimentar esta muerte. Si lo hacemos, comprobaremos que ésta no es para hacernos sufrir, sino que nos aniquila, nos acaba, nos pone fin.

Supongamos que un hermano dice: “Doy gracias a Dios porque, en Su providencia, me dio una esposa que me hace sufrir y llevar la cruz. Mi esposa es la cruz que Dios me dio, y ahora tengo que llevar esta cruz”. Esto constituye un serio malentendido de lo que significa llevar la cruz, y está relacionado con los conceptos del catolicismo. Por lo menos hasta cierto punto, este malentendido se promueve en el libro titulado Imitación de Cristo.

Un hermano casado no necesita aprender a sufrir, sino comprender que ya murió en Cristo y que ahora debe vivir como un esposo eliminado, disfrutando el hecho de que Cristo le puso fin. Entonces podrá decir a su esposa: “Querida, no estoy aquí esforzándome por ser un esposo bueno y caballeroso, sino como un esposo aniquilado. Cuanto más dispuesto esté a experimentar la muerte que efectuó Cristo, mejor esposo seré, ya que entonces Cristo vivirá en mí. A medida que El viva en mí, El será tu esposo por medio de mí”.

Ir en pos del Señor es participar de El, disfrutarle, experimentarle y dejar que sea nuestra propia persona. Esto requiere que nos neguemos a nosotros mismos. Necesitamos aplicarnos la muerte que Cristo efectuó en la cruz. Así que, llevar la cruz es aplicarnos el hecho de que Cristo nos dio muerte. Al hacer esto, no llegamos a ser personas que sufren, sino personas eliminadas. Entonces podemos testificar: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” Gal 2.20

Lo que Cristo dijo en cuanto a tomar la cruz es un misterio, y si sólo tuviéramos Marcos 8:34 no podríamos entenderlo. Para entenderlo debidamente, necesitamos las catorce epístolas de Pablo.

La cruz no se limita a hacer sufrir, sino que mata; le da muerte al criminal. Cristo primero llevó la cruz y luego fue crucificado. Nosotros, los creyentes, primero fuimos crucificados con El y ahora día tras día llevamos la cruz. Para nosotros, llevar la cruz es permanecer bajo la operación aniquiladora de la muerte de Cristo, la cual acaba con nuestro yo, nuestra vida natural y nuestro viejo hombre. Hacer esto equivale a negar nuestro yo para seguir al Señor.

Antes de que el Señor fuera crucificado, los discípulos le seguían físicamente. Pero ahora, habiendo El resucitado, le seguimos interiormente. Puesto que en la resurrección el Señor fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) que mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), ahora le seguimos en nuestro espíritu (Gá. 5:16-25).

La vida natural del hombre
La vida del alma también se le llama el yo, el viejo hombre, la vieja creación, el hombre natural, el hombre exterior, pertenece a la vida natural. Nuestro manera de ser y carácter pertenecen a nuestra vida del alma. Su manera de ser denota lo que usted es en su constitución por nacimiento. El carácter está constituido de nuestra naturaleza o constitución y nuestros hábitos. Aunque nuestra manera de ser es algo hecho por Dios, todavía necesita la cruz al ser tratada y disciplinada por por Dios. (Hebreos 12:6)

Toda la vieja creación fue crucificada con Cristo.

"Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él (Cristo) " (Romanos 6:6) Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; (Gálatas 2:20)

La cruz es primeramente un hecho, luego una revelación y finalmente una experiencia. Todos aquellos que le pertenecen al Señor ya fueron crucificados con Cristo. Esto es un hecho y fue cumplido y no una doctrina. (Ro. 6:6; Gá. 2:20) A los ojos de Dios, usted y yo ya morimos, ya estamos acabados. La cruz realizó una obra de aniquilamiento. Sin embargo, para tener esta experiencia, necesitamos luz y revelación a fin de experimentar el hecho de que fuimos crucificados juntamente con Cristo.( Gal.5:24) y que llevemos la cruz diariamente para experimentar lo que hemos aplicado (Mt. 16:24; Lc. 9:23)

El Espíritu es el que nos aplica la cruz cuando nos abrimos a El.

En Gálatas 5.24 Pablo dice que nosotros hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos. ¿Como podemos entender esto? Nadie puede crucificarse físicamente asimismo, ni podemos crucificarnos solos. De la misma manera en la esfera espiritual, esta crucifixión no es llevada a cabo por nosotros sino por el Espíritu. El Espíritu que mora dentro de nosotros es Aquel al que acudimos para que aplique la cruz a nosotros. Esto corresponde a Romanos 8:13 que dice: “Porque si vivis conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Por nosotros mismos, no somos capaces de aniquilar las prácticas del cuerpo. Del mismo modo, no nos podemos crucificarnos a nosotros mismos. Necesitamos a alguien que nos crucifique. Experimentamos la crucifixión por medio del Espíritu que mora en nosotros cuando colaboramos y caminamos con el Espíritu, al permitirle morar dentro de nosotros.esto es lo que produce su obra aniquiladora

Podemos experimentar esta obra aniquiladora en nuestro diario vivir. Supongamos que cierto hermano no se interesa por vivir en el Espíritu, se disgusta con su esposa y le dice algunas palabras desagradables. Sin embargo, si este mismo hermano orara en el Espíritu, viviera en el Espíritu y caminara en el Espíritu, le sería difícil discutir con su esposa. En cuanto abra su boca para contender con ella, él experimentará el elemento de la muerte de Cristo operando en su interior. Se le hará imposible discutir con ella. Muchos hermanos casados han experimentado eso. Esta es una experiencia de la eficacia de la dulce muerte del Señor aplicada a nosotros por el Espíritu.

En nuestro ser natural se esconde el enemigo de Dios

Ese día el Señor les dijo a los discípulos que Él iría a Jerusalén a padecer la muerte. Entonces Pedro, tomándole aparte, empezó a reprenderle diciendo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!”. Pero el Señor, volviéndose, le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vs. 21-23). Lo que Pedro expresó no era odio sino compasión, amor y preocupación. Sin embargo, ese amor provenía del yo, y Satanás se halla oculto dentro del yo. Quiera Dios abrir nuestros ojos y que un día nos muestre que Satanás se esconde en nuestro yo y se halla mezclado con él. No sólo nuestro odio procede de Satanás, sino que incluso nuestro amor por otros tiene oculto a Satanás.

Necesitamos diferenciar que hay dos tipos de amor: el amor natural del hombre y el amor de Dios.Si vivimos la vida cristiana por nuestro amor natural seremos una herramienta en manos del enemigo de Dios. Si amamos a los demás por nuestra propia cuenta, las personas podrán percibir nuestro amor y nuestra persona, mas no percibirán a Cristo. Esto se debe a que la cruz no ha operado en nosotros. En otras palabras, la cruz aún no ha puesto fin a nuestro ser y amor natural. A menos que no se ponga fin a nuestro yo, Cristo no podrá brotar de nosotros; no podrá salir de nosotros ni manifestarse a través de nosotros.

La aplicación de la cruz y el quebrantamiento es el trato de Dios con nuestro hombre natural.

Cuando creímos hubo un cambio externo en nuestra conducta, porque nos dimos cuenta de que nuestra vida iba en una dirección equivocada, pero un cambio de comportamiento no implica que haya habido un cambio interior. Puede ser que aun nuestro yo sea muy fuerte e impida que el Señor sea liberado y viva en nosotros.

Puesto que somos salvos, Cristo vive en nosotros; no obstante, este Cristo que mora en nosotros no puede ser liberado debido a que se halla atado, oculto y encubierto dentro de nosotros. El problema reside en nuestro yo natural. Vivir en nuestro “Yo” impide al Señor obrar con libertad en nosotros, más aún, hace que el Señor se sienta frustrado.

Nuestra conducta, nuestro temperamento, nuestra manera natural de ser, y todo lo que proviene de nuestra vieja vida y naturaleza hace que Él Señor se sienta encarcelado, oprimido y restringido. Por esta razón, necesitamos ser quebrantados y pasar por la muerte para que su vida sea liberada en nosotros.

Hoy en día el cristianismo exhorta a las personas a que mejoren su comportamiento externo, pero a lo que Dios presta atención es algo mucho más elevado que esto. Lo que Dios busca no es simplemente un cambio en la conducta del hombre, sino más bien, que el hombre experimente una transformación interna en vida. El cambio externo de comportamiento recibe las alabanzas de los hombres, pero no puede satisfacer a Dios. Lo que Dios desea y lo que le agrada no es el mejoramiento externo de nuestra conducta, sino la transformación en vida.

La muerte produce el fruto de la vida. El Señor Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Estas palabras se aplican no solamente al Señor Jesús, sino también a nosotros. Hoy en día nosotros tenemos la vida del Señor en nosotros, así que somos los muchos granos de trigo. Sin embargo, no somos capaces de multiplicarnos, no podemos llevar mucho fruto y ni podemos producir muchos granos, es decir experimentar la vida divina, debido a que no hemos sido quebrantados por la muerte.

A fin de ser espirituales, necesitamos ser quebrantados interiormente. Si no somos quebrantados, si no sufrimos ningún golpe y si no pasamos a través de la muerte, seremos personas que están enteras, pero no seremos personas que están llenas de vida.

Lo que Dios desea no es simplemente que seamos librados de los pecados, sino que llevemos una vida en la que Cristo se exprese desde nuestro interior. Esto no tiene que ver con lo bueno ni lo malo, con lo que es apropiado o inapropiado, ni con lo que es moral o inmoral; más bien, tiene que ver con que Cristo sea expresado en nuestro vivir desde nuestro interior.

Vemos que el problema que afronta la vida de Dios en nosotros es principalmente nuestro hombre natural. El mundo, los pecados y las relaciones humanas, ciertamente estorban la vida de Dios, pero éstos son de poca importancia, pues son como vestidos que uno se puede quitar. Sin embargo, dentro de los cristianos se encuentra un problema más subjetivo: nuestro yo, nuestra vida natural. La solución a este problema es el quebrantamiento y la disciplina de la cruz. Solamente de esta manera, Cristo encontrará una salida en nosotros y seremos canales de agua viva.

Ni nuestra bondad, buenas obras o moralidad pueden representar a Cristo. Únicamente Cristo puede representar a Cristo. Nada que sea nuestro, por bueno que sea, puede representar a Cristo. El progreso y crecimiento de la vida espiritual de un cristiano no depende de cuánto él haya cambiado, sino más bien, de cuánto haya sido quebrantado y hasta qué estatura Cristo haya crecido y se aumente en él.

La cruz nos traslada a la esfera de la Resurrección.
Las fuerzas y capacidades naturales del hombre carecen del elemento divino; actúan por su propia cuenta y no conforme a la voluntad de Dios; buscan su propia gloria y procuran satisfacer sus propios deseos. Es necesario que nuestra fuerzas y nuestra capacidades naturales sean trasladadas a la esfera de la resurrección mediante la operación de la cruz. En la esfera de la resurrección, algo del elemento divino es forjado en nuestra capacidad humana; por ende, aquella capacidad que ha pasado por la cruz, está llena de Dios en resurrección y puede ser útil para Dios.

En conclusión ¿Qué es la experiencia de la cruz?

Experimentamos la experiencia de la cruz cuando nuestro Dios fiel dispone nuestras circunstancias y prepara la cruz para nosotros en nuestra vida diaria. Nuestra familia, nuestro cuerpo físico, personas, situaciones y cosas que nos rodean coordinan juntas para que lleguen a ser la cruz que obra en nosotros colaborando con su Espíritu a fin de que nuestro yo sea aniquilado y quebrantado con el fin de que su vida fluya en nosotros.

Entradas populares de este blog

Contacte con nosotros

¿Conoce realmente a Jesús?

La Biblia versión recobro

Puntos esenciales de la fe

Cristo, el centro de todo