Las obras y la salvación

El doble problema del hombre

A lo largo de toda la historia el hombre siempre ha buscado la manera de librarse de su condición depravada. Por una parte, el hombre comprende que su conducta externa no llega a lo que espera su conciencia y la justicia de Dios; por otra, se da cuenta de que dentro de él hay una tendencia constante que le conduce a la concupiscencia, al odio, y a rebelarse en contra de la ley de Dios. Estos dos cosas han estado en el hombre desde el principio de la civilización. No importa la cultura en la cual nace el hombre, siempre experimenta estos dos problemas. Podríamos llamar estos problemas los actos pecaminosos externos y la naturaleza pecaminosa interna.

Los actos pecaminosos que un hombre comete exteriormente hacen que su conciencia le condene, mientras que la naturaleza pecaminosa dentro de él le enreda y hace que continúe en su pecado.

La intuición del hombre le dice que hay un Dios y que este Dios es justo. El desea conocer a Dios, pero se da cuenta de que sus actos pecaminosos y su naturaleza pecaminosa le separan de Dios. Bajos tales circunstancias él inventa muchas formas de resolver este problema de pecado y de salvarse a sí mismo de éste. Estas formas las conoce el hombre como los diferentes caminos de salvación.

El hinduismo, el budismo, el mahometismo, el judaísmo y todas las otras grandes religiones del mundo han inventado muchas maneras para que el hombre se salve. Aunque estas maneras son variadas y diversas, tienen una sola cosa en común: todas dependen de las obras y los esfuerzos del hombre, y todas proceden del hombre.

La manera en que el hombre se intenta redimir y salvar asimismo es haciendo buenas obras. 

La primera forma y la más común que el hombre usa en sus esfuerzos por salvarse a sí mismo es hacer buenas obras. Muchos creen que las buenas obras pueden salvar al hombre. Los budistas creen que con tal que uno haga buenas obras y no mate animales, todo resultará mejor para él en la vida venidera. Los musulmanes creen que para uno ser salvo debe ser fiel a Dios y guardar las palabras del profeta Mahoma. Los judíos creen que para agradar a Dios, el hombre debe observar la ley de Moisés.

No obstante, la Biblia dice que “el hombre es justificado ... sin las obras de la ley” (Ro. 3:28). Ser justificado es ser justo según la norma de la justicia de Dios, y “las obras de la ley” son las buenas obras que un hombre hace al observar la ley. Romanos 3:20 dice: “Por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El”. Este versículo nos dice que un hombre nunca puede ser recto según la norma de Dios haciendo buenas obras.

¿Por qué las buenas obras no justifican a un hombre delante de Dios?

Hay dos razones. Primero, las buenas obras no quitan los pecados anteriores del hombre. Supongamos que un hombre haya matado a alguien y haya robado a otros. Después de algunos años el asesino siente remordimiento y decide dar una gran cantidad de dinero a los pobres. Este acto de dar a los pobres, aunque sea bueno en sí, nunca puede borrar sus crímenes de homicidio y robo. Si va a la corte, no puede declararse inocente basado en que haya hecho cosas muy buenas para otros. Del mismo modo, las buenas obras nunca pueden borrar los pecados que uno haya cometido ante Dios.

La segunda razón por la cual las buenas obras no pueden justificar a nadie ante Dios es que ninguna buena obra hecha por el hombre puede alcanzar el nivel de la justicia de Dios. Un gobernante joven una vez acudió a Jesús para preguntar la manera de obtener la vida eterna. Este joven pensaba que había hecho todo lo requerido por la ley. Pero cuando el Señor pidió que vendiera todo lo que tenía y lo siguiera, el joven no pudo hacerlo porque amaba sus riquezas (Lc. 18:18-23). El no podía alcanzar la norma de Dios de que uno tiene que amar a Dios por encima de todo (Mt. 22:37-38). 

Nadie puede ser tan santo como Dios; nadie puede ser tan justo como Dios; y nadie puede amar a Dios en la manera que El exige. La Biblia dice que todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia (Is. 64:6). Un trapo de inmundicia no se puede mostrar a los hombres. Del mismo modo, nuestras buenas obras no pueden presentarse a los ojos de Dios.

El hombre intenta redimirse haciendo penitencia Algunas personas piensan que la manera de ser salvas es hacer penitencia. Creen que si se afligen por sus maldades, Dios perdonará sus pecados. Muchas religiones practican el ascetismo y la mortificación con la creencia de que cuanto más lastimen sus cuerpos, más favor obtendrán de Dios. Piensan que Dios es un Dios que disfruta ver al hombre sufrir. Esto también es un pensamiento absurdo. En realidad, hacer penitencia es simplemente una manera de sobornar la conciencia. Cuando un hombre peca, su conciencia lo condena, y él cree que al hacerse daño apaciguará su conciencia diciendo para sí que él ha sufrido la retribución por sus maldades.

Tratando de olvidar sus culpas con el tiempo

El hombre usa para tratar de absolverse de la culpa es esforzarse por olvidar sus pecados. El cree que, pasado suficiente tiempo, ya no recordará sus pecados, y que con si él no los recuerde, tampoco Dios los recordará. Tales personas son como el avestruz que trata de esconderse en la arena, pensando que si no ve el peligro, lo pasará. No obstante, el hecho de que el pecado se vaya de nuestra memoria no significa que sea borrado del registro de Dios. Tratar de absolverse de los pecados olvidándolos es necedad.

Dios redime al hombre mediante la muerte de Jesús

Según la Biblia, la justicia de Dios requiere que todos los pecados sean juzgados. La única manera en que el pecado puede ser juzgado con justicia es la muerte. Hebreos 9:22 dice que “sin derramamiento de sangre no hay perdón”. Se necesita el derramamiento de sangre para que Dios juzgue nuestros pecados y luego nos perdone; es decir, se necesita la muerte. Cualquier manera de redención que no tenga que ver con la muerte, no puede satisfacer el justo requisito de Dios; no alcanza la norma de Dios.

En el Antiguo Testamento Dios exigía sacrificios animales 

Cuando un hombre pecaba, tenía que ofrecer un cordero o un becerro, y tenía que matar el sacrificio antes de que se apaciguara la justa exigencia de Dios. Aunque esta forma permitió que Dios pasara por encima de los pecados del hombre, no era Su intención que ésta fuera la solución final para el problema del pecado. En el Nuevo Testamento la solución dada por Dios al problema del pecado fue enviar Su Hijo unigénito, Jesucristo, como el sacrificio único que reemplazaría todos los sacrificios animales del Antiguo Testamento (He. 10:1-18). El hizo que Jesús muriera por toda la humanidad (1 P. 3:18). Al ejecutar Su juicio en Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, el pecado del hombre es juzgado y el problema del pecado es resuelto final y eternamente (Ro. 8:3; He. 9:26).

En el Antiguo Testamento el hombre tenía que hacer algo para resolver sus pecados; tenía que ofrecer sacrificios animales. Pero en el Nuevo Testamento todo lo que hay que hacer ya fue hecho por Dios en Jesucristo. Cristo es el sacrificio perfecto y eterno. No hay nada más que el hombre pueda añadir a este sacrificio para mejorar lo que Dios ha hecho. Esta es la razón por la cual en el Nuevo Testamento el hombre no necesita hacer buenas obras para salvarse; Dios ya lo ha hecho todo para el hombre.

Cristo como tipo del Cordero pascual

 El cuadro más claro de la obra redentora se ve en Cristo como Cordero pascual de Dios. En el Antiguo Testamento los hijos de Israel estaban en Egipto, tierra de servidumbre y esclavitud (Ex. 1:8-14). Para forzar al rey de Egipto a liberar el pueblo de Israel, Dios planeó pasar por la tierra y destruir el primogénito de cada familia. Si uno era el primogénito de la familia, estaba destinado a morir. Este es un cuadro de la humanidad que está bajo la esclavitud del pecado. No hay nada que el hombre pueda hacer para librarse. A pesar de todos los logros del hombre y de todos sus esfuerzos, no puede salvarse a sí mismo de la condenación de Dios. Pero ninguno de sus logros puede ayudarle a escapar del juicio de Dios sobre el pecado. En este mundo el hombre está bajo la esclavitud del pecado y está destinado a sufrir el juicio de Dios.

Bajo tales circunstancias Dios preparó una manera por la cual el pueblo de Israel podía librarse de Su juicio. El mandó que los hijos de Israel inmolaran un cordero y que pusieran la sangre en los dinteles de sus casas. Durante la noche el mensajero de Dios pasó por toda la tierra e hizo juicio en la tierra. En todas las casas donde no tenían la sangre en los dinteles, se le dio muerte al primogénito; pero los que se escondieron bajo la sangre que cubre fueron salvos y librados. Esta ocasión se conmemoraba por los judíos como la fiesta de la Pascua.

La Pascua es un tipo, o un cuadro, de la obra redentora de Dios, la cual El efectuó en el Nuevo Testamento en Jesucristo. Cristo es el verdadero Cordero de Dios. El no era meramente un gran maestro o un gran líder religioso. El es el Redentor de la humanidad. La Biblia dice que El es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Después de treinta y tres años y medio de vivir en esta tierra, Jesucristo murió en la cruz. Su muerte no fue una muerte común. Muchos líderes destacados del mundo murieron por sus causas. Muchos héroes nacionales derramaron su sangre por su patria. Pero Jesús murió por los pecados de toda la humanidad (2 Co. 5:14). El murió como el Redentor único. 

Cristo muere en la cruz para llevar el juicio de Dios por el pecado del hombre 

Cuando El fue crucificado en la cruz, fue rechazado por Dios. Debido a esto El clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). El era el Hijo de Dios, y no tenía pecado alguno, sin embargo fue desamparado por Dios. El fue juzgado por Dios no por Sus propios pecados sino por los pecados de toda la humanidad (1 Jn. 2:2). Mediante este juicio el justo requisito de Dios en cuanto al pecado fue satisfecho, y el hombre fue redimido.

Al explicar la muerte que Cristo sufrió en la cruz, el profeta Isaías del Antiguo Testamento dijo: “Jehová cargó en El la iniquidad de todos nosotros” (Is. 53:6) y “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (v.10). Jehová Dios ejecutó juicio sobre Cristo. Cristo no fue juzgado a manos del hombre y, puesto que era el propio juicio de Dios que cayó sobre El, Dios estuvo satisfecho.

Necesitamos ver claramente que la redención es algo que Dios ha hecho en Jesucristo para satisfacer Su propio requisito justo sobre la humanidad; no tiene nada que ver con lo que somos o qué obras buenas hayamos hecho. Es necedad que algunos traten de crucificarse o de imitar los sufrimientos de Cristo o realizar algun acto nte Dios suponiendo que le agrada o justifica. Nada puede añadirse a lo que Dios ya ha realizado en Cristo. La redención de Cristo es el único acto ante Dios que satisface su Justicia.

La sangre de Cristo habla por el hombre, le otorga la paz y la justicia de Dios

 Cuando fue inmolado el cordero pascual, su sangre fue puesta en los dinteles de las casas de los hijos de Israel. Cuando Dios veía la sangre, no ejecutaba Su juicio sobre aquellos que estaban bajo la sangre (Ex. 12:7, 13). Jesús, el Hijo de Dios, derramó Su sangre por la humanidad. Su sangre satisfizo todos los justos requisitos de Dios. Puesto que El murió, el hombre no necesita morir por sus propios pecados. Mediante la sangre de Cristo, Dios no tiene nada que decir en contra de nosotros y los cielos están en paz. Ahora el hombre puede acercarse a Dios con plena confianza (He. 10:19). La Biblia dice que la sangre de Cristo habla por nosotros (He. 12:24) como un abogado que habla ante un tribunal por el acusado. Mediante esta sangre Dios está en paz (Ro. 5:9) porque Su justo requisito está satisfecho. Cuando Dios está en paz, nuestra conciencia también está en paz.

Si usted ve cómo la redención de Cristo ha satisfecho a Dios por completo, usted tendrá paz con Dios. Por la redención de Cristo, Dios ha perdonado los pecados del hombre (Ef. 1:7). Cuando Dios perdona los pecados del hombre, se olvida de ellos (He. 8:12). Su perdón es Su olvido. Dios puede hacerlo todo, pero no puede recordar los pecados de aquellos que han creído en la redención de Cristo. Aquellos que creen en la redención de Cristo son limpios y están justificados, purificados, absueltos, y ahora no tienen defecto ni mancha ante Dios.

El pecado que mora en el hombre

Muchas personas han preguntado: “Yo sé que es una gran cosa que Cristo haya muerto por mí, y sé que al aceptar yo Su muerte recibo el perdón de mis pecados pasados, ¿pero que haré con el poder del pecado que todavía me asedia y que siempre me conduce a pecar?” En toda la historia el hombre ha luchado con el viejo problema de la concupiscencia y la naturaleza internas del pecado. Por un lado, el hombre quiere hacer el bien, pero por otro, se da cuenta de que una fuerza poderosa dentro de él le impide hacerlo. La psicología y la psiquiatría modernas han observado esta contradicción dentro del hombre; sin embargo, han sido incapaces de explicarla. Los chinos antiguos llamaban a esto la batalla entre la razón y la lujuria. Hace dos mil años el apóstol Pablo tuvo el mismo problema. El se quejaba de que cada vez que quería hacer el bien, surgía lo malo dentro de él y se daba cuenta de que no era él quien cometía los pecados, sino que una fuerza maligna, un poder, o un impulso dentro de él lo que cometía los pecados (Ro. 7:15, 17). Sin embargo, más tarde él se dio cuenta de que la vida salvadora de Jesucristo era capaz de salvarlo del poder de esta naturaleza interna de pecado (Ro. 7:25; 8:2).

La salvación de Cristo por medio de Su vida 

Dios no nos ha dejado nada a nosotros. Tal como El efectuó la redención por nosotros, al juzgar a Jesucristo en la cruz, así también preparó una salvación maravillosa para nosotros, al darnos la vida de Cristo. No hay necesidad de que nosotros muramos para redimirnos a nosotros mismos de nuestros pecados. De la misma manera, no hay necesidad de que nosotros vivamos por nuestra propia vida para vencer la naturaleza pecaminosa y el poder del pecado que está dentro de nosotros.

Cristo murió por la humanidad para redimir al hombre del juicio del pecado 

Después de que murió, resucitó al tercer día. En la resurrección El dio Su vida al hombre, para que a través de Su vida el hombre pudiera ser librado del poder del pecado. Un cristiano no es solamente uno que ha sido redimido del juicio del pecado, sino uno que ha sido salvo del poder del pecado. Romanos 5:10 dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida”. En la cruz Cristo llevó la maldición del pecado. En Su resurrección el rompió la cadena del pecado. Por medio de Su redención, la humanidad está libre del juicio de Dios. Mediante Su vida, el hombre está libre de la esclavitud del pecado.

En 1 Pedro 2:24 se dice que Cristo mismo “llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”. De la misma manera que la redención es llevada a cabo simplemente por la muerte de Cristo, del mismo modo la salvación de la naturaleza pecaminosa inherente en el hombre es llevada a cabo simplemente por Su vida dentro de nosotros. No existe nada que el hombre tenga que hacer a fin de ser redimido. De la misma manera, no existe nada que el hombre tenga que hacer a fin de ser salvo. Todo es hecho por Dios, la salvación es gratuita.

¿Cómo puede recibir el hombre la redención y salvación de Cristo?

Por fe ¿De qué manera podemos tener la experiencia de la redención y la salvación de Cristo? La manera es la fe. Pablo dijo en Efesios 2:8 y 9: “...habéis sido salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La redención y la salvación no son cosas que ganemos por méritos. Ellas no proceden de nosotros mismos. No se obtienen por medio de las obras que hacemos. No hay nada que el hombre pueda hacer para obtener el perdón o la salvación. Tanto el perdón de pecados como la salvación en vida vienen por medio de la fe y nada más.

La fe da sustantividad a la obra redentora de Cristo

¿Qué es la fe? La fe es, primeramente, tener la visión de lo que Dios hizo a Cristo en la cruz. Hebreos 11:1 dice que la fe es la sustancia de lo que se espera. Tal como nuestros ojos perciben el color y las cosas, asimismo la fe nos da la realidad de la obra redentora de Dios llevada a cabo hace dos mil años. Cuando vemos que Dios ha juzgado a Cristo en nuestro lugar, entonces somos redimidos y nos es aplicada la salvación.

La fe recibe la vida de Cristo en resurrección 

La fe también es recibir lo que Cristo nos imparte. Juan. 1:12 nos dice que aquellos que creen en Cristo son los que lo reciben. En otras palabras, creer es simplemente recibir. Tener fe no es creer en algo que no existe; más bien, es sencillamente recibir algo que ya está allí y que ya se le ha dado a usted. Si alguien le da un reloj, todo lo que usted necesita hacer es recibirlo. Una vez que usted lo recibe, el reloj es suyo. Cuando Dios nos da la vida salvadora de Cristo, todo lo que necesitamos hacer es recibirla. Una vez que recibimos este don, llega a ser nuestro para siempre. No hay nada que podamos agregar a lo que Dios ya ha hecho. Simplemente necesitamos recibirlo en fe. Y tampoco existe nada que pueda quitarnos este don una vez que lo tengamos; es nuestro para siempre.

Es posible que usted sea muy diligente en hacer buenas obras. Tal vez usted sea muy sincero al hacer penitencias. No obstante, si usted no ha visto la obra que Cristo efectuó en la cruz y no ha recibido la vida en resurrección, usted todavía no es salvo. La Biblia menciona al menos ciento cincuenta veces que el hombre es justificado, salvo y recibe vida eterna, solamente por fe (Hch. 16:31). En estas ciento cincuenta veces no se agrega ninguna otra condición. Simplemente es por fe y nada más.

Ni la redención, ni la salvación se obtienen por medio de las obras del hombre; ambas son obra de Dios. Puesto que son obra de Dios y debido a que se basan en la justicia de Dios y en la vida de Cristo, nunca cambiarán. Nosotros cambiamos, nuestro estado de ánimo cambia y nuestros sentimientos también cambian; sin embargo, el justo juicio de Dios nunca cambiará ni la vida salvadora de Cristo; ellos permanecen por siempre. Incluso los cielos y la tierra pueden cambiar, pero, la obra justa de Dios y la vida salvadora de Cristo nunca cambiará. La redención y la salvación por parte de Cristo están “aseguradas” para siempre. Una vez que una persona es salva, es salva por siempre (Jn. 10:28-29). Una vez que usted recibe el don de Dios, nunca lo perderá (Ro. 11:29). Una vez que usted llega a ser hijo de Dios, nunca puede perderse de nuevo.

Orar e invocar Su nombre

 Hoy en día, todo lo que usted necesita hacer para recibir la redención y la salvación de Cristo es orar e invocar Su nombre. Simplemente diga: “Señor Jesús, yo creo en Tu obra sobre la cruz. Creo que Tú moriste por mis pecados. Creo que Dios está satisfecho con Tu obra perfecta. Creo que Tú puedes salvarme con Tu vida de resurrección y librarme de mi naturaleza pecaminosa. Te acepto y te recibo. Gracias, Señor Jesús; soy salvo”. Si usted ora de esta manera y declara esto, indudablemente será redimido y salvo. 

La salvación diaria de Cristo

a salvación que recibimos cuando creímos no es solamente una salvación de una vez y para siempre, sino también una salvación de cada día. Todos los días tenemos pruebas y tentaciones. Incluso como cristianos podemos encontrarnos en situaciones difíciles mientras vivimos en la tierra. El Señor nunca le prometió a Su pueblo que ellos no tendrían pruebas y tentaciones en esta vida. No obstante, la vida salvadora de Cristo puede perfectamente vencer toda prueba y tentación (1 Co. 10:13). La vida salvadora de Cristo es el pan cristiano diario (Jn. 6:48) y el aire celestial (Jn. 20:22). Nos nutre y nos suministra el poder divino para vencer toda clase de pruebas y tentaciones.

Invocar al Señor para ser salvos diariamente

La Biblia dice que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo, y que el Señor es rico para con todos los que lo invocan (Ro. 10:12-13). Invocar al Señor, es una experiencia rica y alentadora, le estamos llamando y diciendo que le necesitamos, entonces tocamos al Señor y empezamos a ser salvos de la ansiedad, frustración, enojo, celos, obstinación y toda clase de deseos pecaminosos. Es posible que nuestra mente tenga dudas, temores y angustias. Al invocar el nombre del Señor, todos estos pensamientos desaparecen. Esta vida incluso vencerá la muerte y todos los productos de ésta, tales como debilidades, opresiones, esclavitud y depresión. Al invocar el nombre del Señor, somos salvos día tras día y momento a momento. El Señor en verdad es rico para con todos los que invocan Su nombre.

Hoy en día todo lo que uno necesita hacer es dejar de luchar y simplemente venir a Cristo por fe. Acéptelo invocando Su nombre y recíbalo en su espíritu como Redentor y Salvador. Usted experimentará la redención y la salvación de Cristo y también será salvo diariamente del pecado, de la muerte y de Satanás. Usted será un hijo de Dios para siempre y tendrá la experiencia de que Su poder salvador cambie la vida de usted día tras día. Que Dios le bendiga y haga que usted ande en el sendero feliz y gozoso de llevar una vida cristiana en fe.

Fuente: La redención y salvación de Cristo. (W. Lee)

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