La condición del corazón

Dios desea forjar Su vida en cada parte de nuestra alma, es decir, en nuestra mente, voluntad y parte emotiva. ¿Cómo logra Dios hacer esto? El requisito básico de la obra de Dios consiste en que el hombre debe cooperar con El; el hombre debe permitir que Dios opere en él. Esto no significa que Dios no hace nada, sino que muchas personas simplemente no cooperan con El.

Si Dios desea obrar en nosotros, pero nosotros no cooperamos con El, El usará algunos medios para que estemos dispuestos a cooperar. Aquí vemos que si deseamos que Dios opere en nosotros, tenemos que cooperar con El.

¿Cuál es la manera en que cooperamos con Dios?

En primer lugar, esto tiene que ver con nuestro corazón. Si queremos cooperar con Dios y permitirle que trabaje en nosotros, primero que todo debemos volver nuestro corazón a Dios, porque los de corazón puro verán a Dios.

En la Biblia, un corazón puro se refiere principalmente a un corazón que desea a Dios. La meta de aquellos que son puros de corazón es Dios mismo. Ellos no desean dinero, posición, ropa bonita ni perfumes caros. Ellos tampoco tienen sus ojos puestos en su cónyuge o en sus hijos. El corazón de ellos se halla completamente entregado a Dios.

 En Mateo dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios” (5:8); y en Salmos dice: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra” (73:25). Los de corazón puro tienen un corazón tan puro que sólo desean a Dios y nada más que a Dios mismo.

Si los cristianos están dispuestos a permitir que Dios opere en ellos, lo primero que deben hacer es volver su corazón a Dios. Dios no puede trabajar en muchas personas porque su corazón no está puesto en El. No podemos decir que estas personas no desean al Señor, porque verdaderamente sí lo quieren; sin embargo, ellas también quieren algo más aparte del Señor mismo. No obstante, muchas personas aman a Dios como Aquel a quien pueden acudir cuando desean algo. ¿En qué situación nos encontramos nosotros?

Conociendo nuestro corazón

La Biblia nos dice que, como seres humanos, tenemos ciertas partes internas además de los demás miembros y órganos de nuestro cuerpo físico. Estas partes internas son las partes de nuestro ser interior. El hombre se compone de espíritu, alma y cuerpo. El cuerpo, la parte física de nuestro ser, es visible y externa. Pero el espíritu y el alma, las partes internas de nuestro ser, son invisibles. El alma incluye la mente, la parte emotiva y la voluntad. Además de todas estas partes internas de nuestro ser, la Biblia también nos habla del corazón y de la conciencia.

Muchas personas solo relacionan el corazón con la parte sentimental o emotiva. Pero realmente nuestro corazón está compuesto por todas las partes de nuestra alma: nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad (Mt. 9:4; He. 4:12; Jn.14:1; 16:22; Hch. 11:23) y una parte de nuestro espíritu: nuestra conciencia (He. 10:22; 1 Jn. 3:20).

Hebreos 4:12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. El alma y el espíritu son dos entidades diferentes así como son las coyunturas y los tuétanos. El corazón también es otra entidad. El corazón tiene pensamientos e intenciones. De nuevo vemos que hay una distinción entre el corazón y el espíritu. Nuestro espíritu es el órgano con el cual tocamos a Dios (Jn. 4:24), mientras que nuestro corazón es el órgano con el cual amamos a Dios (Mr. 12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a Dios. Sin embargo, requiere que nuestro corazón primero ame a Dios. En nuestro corazón tenemos la mente con los pensamientos y también la voluntad con las intenciones.

¿Cómo volvernos al Señor?

Dice en 2 Corintios 3:16-18: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Podemos hablar de que el Señor sea el Espíritu vivificante, pero si vamos a disfrutarle y experimentarle como este Espíritu viviente, nuestro corazón tiene que volverse a El. 

Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. 

En realidad, nuestro corazón, antes de volverse al Señor, es el velo. Cuando volvemos nuestro corazón al Señor, quitamos el velo. Nuestro corazón es el factor crucial que determinará si disfrutamos al Señor como el Espíritu vivificante y si somos transformados a Su imagen. Si queremos disfrutar al Señor como el Espíritu viviente y ser transformados por El, tenemos que resolver los problemas de nuestro corazón. Es menester que nuestro corazón se vuelva al Señor.

Todos los que hemos recibido al Señor, lo hemos recibido en nuestro espíritu. El se ha sembrado en nosotros como la semilla de vida. Nosotros somos la tierra, el suelo, el terreno vivo. El espíritu está encerrado por el corazón, por eso, si el Señor va a morar en nosotros, tenemos que abrir nuestro corazón arrepintiéndonos y confesando.

La palabra “arrepentimiento” en el idioma griego significa tener un cambio en el modo de pensar. Anteriormente, nuestra mente no estaba inclinada al Señor sino a algo diferente, y estaba fija. Ahora tenemos que arrepentirnos, lo cual significa que debemos cambiar nuestro modo de pensar. Esto significa que la mente está abierta al Señor. Después de nuestro arrepentimiento, siempre confesaremos. Debemos confesar todos nuestros fracasos, pecados y defectos al Señor.

La confesión es el ejercicio de la conciencia. 

Cuando nos arrepintamos cambiando nuestro modo de pensar, inmediatamente confesaremos al ejercitar nuestra conciencia. Entonces nuestro corazón se abrirá. Cuando realmente nos arrepentimos ante el Señor y confesamos todos nuestros fallos delante de Dios, inmediatamente nuestras emociones serán conmovidas. Diremos al Señor: “Señor Jesús, te amo”. Cuando se conmueven nuestras emociones, nuestra voluntad toma la decisión de entregarlo todo al Señor. Diremos: “Señor, desde ahora no quiero nada aparte de Ti. Quiero que Tú seas mi objetivo, mi meta y mi único deseo. Sólo deseo ir en pos de Ti”. 

La mente del corazón tiene un cambio, la conciencia del corazón se abre, y las emociones y la voluntad del corazón responden. De esta manera, todo el corazón llega a estar abierto al Señor, y El puede entrar en nuestro corazón. Al arrepentirnos y confesarnos abrimos nuestro corazón al Señor. Esto se revela en las Escrituras y se comprueba con nuestras experiencias.

¿Qué ocurre cuando se cierra nuestro corazón al Señor?

Lo triste es que muchos de nosotros, poco después de que el Señor entró en nosotros, le cerramos a El nuestro ser. Por consiguiente, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu y no ha podido hacer Su hogar en nuestro corazón. Después de ser salvos, es posible que nuestras emociones, nuestra voluntad, nuestra mente y nuestra conciencia empezaran a cerrarse ante El. Como resultado, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu. Es por esto que en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo el Señor siempre nos llama a arrepentirnos. En las siete epístolas a las iglesias, en Apocalipsis 2 y 3, el Señor les dice a los santos una y otra vez que se arrepientan. Día por día, en las mañanas y las noches, debemos arrepentirnos.

Arrepentirnos tiene que ver con volver nuestra mente al Señor, abrir nuestra mente

 Después, nuestra conciencia se ejercitará y hará una confesión cabal de nuestros pecados. Luego nuestras emociones responderán y amarán al Señor y nuestra voluntad lo escogerá. Como resultado nuestro corazón estará completamente abierto al Señor, y el Señor podrá llenarnos consigo mismo. Esta es la manera de resolver los problemas de nuestro corazón para hacer de él la buena tierra donde el Señor como semilla de vida pueda crecer.Si nos relacionamos con el Señor de esta manera, todas nuestras preocupaciones serán removidas de nuestro ser. Las rocas y los espinos de nuestro corazón serán quitados y nuestro corazón quedará bueno y puro.

El enemigo siempre busca las oportunidades para convertir nuestro corazón en el lugar duro junto al camino. Muchas veces permitimos que algo pise la tierra de nuestro corazón lo cual lo endurece. Tal vez estemos preocupados con nuestra esposa, nuestros hijos o nuestros padres. A veces podemos estar en una reunión escuchando la palabra de Dios, pero ésta no puede penetrarnos. Esto se debe a que nuestro corazón está preocupado. Nuestro corazón puede ocuparse con las cosas terrenales, con las cosas que no son Cristo mismo.

Nos puede parecer que cierto hermano o hermana realmente está entregado al Señor, pero no nos damos cuenta que en sus corazones hay rocas escondidas, imposibilitando así que la semilla de vida se arraigue en ellos. También, los espinos, que son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y la codicia de otras cosas, pueden crecer juntamente con la semilla y ahogar el crecimiento. El Señor está listo y disponible, pero nuestro corazón no está tan disponible. Nuestro corazón no es puro. Es por esto que debemos prestar atención a la condición de nuestro corazón.

El corazón tiene que ser purificado

Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala conciencia mediante el rociar de la sangre. Necesitamos una conciencia sin acusación u ofensa. Nuestra conciencia debe ser purificada y limpiada. Entonces nuestro corazón será liberado de toda cosa que le preocupe para que pueda ser la buena tierra del Señor. Todas las cuatro partes de nuestro corazón tienen que ser tocadas.

La mente siempre debe volverse al Señor.

Las emociones siempre tienen que amar al Señor y ser fervientes y mostrar celo por el Señor. La voluntad debe ser sumisa y flexible y al mismo tiempo fuerte. Finalmente, la conciencia debe ser purificada y no debe tener ninguna ofensa. Entonces tendremos un corazón recto. Debemos tratar de aprender estas lecciones de vida y ayudar a los hijos de Dios a aprenderlas. Estas son las lecciones necesarias con las cuales disfrutamos al Señor.

Apuntes de los libro: El árbol de la vida y Los de corazón puro (W. Lee).


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